miércoles, 10 de noviembre de 2010

XVII CAYÚ. CHÓVAR


De nuevo caminamos por el Parc Natural de la Serra d'Espadá. El recorrido realizado en esta ocasión puede servir como resumen de esta sierra. Tanto en lo más común como en lo excepcional.
El sendero se configura entre areniscas rojas, el popular rodeno. Suelo rojizo y ácido que singulariza estas tierras entre el blanco y gris del suelo calizo más abundante.
Esta acidez del terreno sirve de base a otra de las singularidades de esta sierra: el alcornoque, nuestra surera. Precursor de toda una industria que gira en torno a su apreciada piel. Corteza que le protege ante el más devastador de sus enemigos: el fuego.
Además de estas dos figuras principales, pudimos disfrutar de dos auténticos invitados de excepción: las minas de cinabrio y la nevera de Castro. Las primeras son auténticas reliquias de una actividad minera ya desaparecida y a la espera de la construcción de un museo que parece que nunca llega.
En cuanto al almacenamiento de la nieve, si bien en otras comarcas estuvo muy extendido, en esta sierra no lo fue tanto. Tan solo se conservan unas pocas neveras, tres de ellas magníficamente restauradas.
La ruta comenzó en Chóvar, localidad de Alto Palancia. Tras abandonar la población, nos dirigimos al embalse de Ajuéz. Esta construcción de origen árabe recoge las aguas del barranco del mismo nombre por el que tenemos que comenzar a ascender. Al poco de iniciar la subida, decidimos que era la hora perfecta para almorzar.
La ruta continúa junto al barranco y atraviesa unos húmedos parajes hasta llegar a la fuente Fresca. El contraste cromático entre el ocre de los helechos y el verde de los alcornoques, madroños, etc. es intenso. En estas fechas, tras los calores del estío, la fuente es más bien un hilillo de agua. El sendero sigue ascendiendo entre canchales de rodeno triturado hasta un lugar conocido como el Hembrar. En este punto pudimos disfrutar de una vista aérea de lo caminado y otro de los hitos importantes de la zona: las minas abandonadas de cinabrio. De este material y tras un proceso tradicional de combustión, se obtenía mercurio.
Al ser un lugar con vagonetas oxidadas, bocas de mina, etc.,pensamos que tantos atractivos para los niños podrían resultar peligrosos y decidimos continuar la caminata hasta la pista forestal que marca la segunda parte del recorrido.
Tras un pequeño paseo por la pista, llegamos a un depósito de agua. Cercano a él encontramos el que sería el sitio perfecto para disfrutar de la comida que llevábamos en nuestras mochilas. A modo de aperitivo, unos cuantos decidimos subir hasta la nevera de Castro. Magnífica atalaya desde la que se divisa el Penyagolosa, el castillo de Castro, la Plana y el mediterráneo.
Solo nos quedaba comer y seguir la pista hasta, tras una bonita senda, llegar al embalse y a Chóvar. Si que me gustaría resaltar que, además de las ganas de charreta y compadreo de los mayores, los niños y niñas caminaron como auténticos senderistas que son. Para los cuatro años de los más pequeños, el camino recorrido era duro y aguantaron sin una queja (o casi). Así da gusto preparar excursiones. Para nosotros fue un perfecto día en la montaña. Os dejo estas FOTOS.